lunes, 27 de marzo de 2017

Conversando con Andrés Mesa, uno de los sobrevivientes de la inauguración del Gran Stadium del Cerro (hoy Latinoamericano)

Andrés Mesa García. Foto: Abel López
Por Reynaldo González Villalonga

“¡Mira qué cosas tiene la vida! ¿Quién me iba a decir que al cabo de casi 70 años, yo podría estar haciendo el cuento de aquel juego del 26 de octubre de 1946 con que se inauguró el antiguo Estadio del Cerro, actual Latinoamericano?”

Son palabras del zurdo Andrés Mesa García, natural del batey del antiguo central Dolores, hoy Jaime López, que residente en Jovellanos. A sus lúcidos 95 años de edad, tiene el privilegio de atesorar en su memoria los detalles de aquel acontecimiento, del cual, más que testigo, fue protagonista, como jardinero izquierdo de los Elefantes del Cienfuegos frente a los Alacranes del Almendares, de la extinta Liga Cubana de Béisbol Profesional.

–El juego aquel, ese campeonato –rememora el veterano pelotero–, tiene historia, pues se había programado la apertura para el 12 de octubre de 1946, pero al ser un período muy lluvioso, no acababa de terminarse el acondicionamiento del terreno y faltaban algunos elementos constructivos, sobre todo planchas para techar una parte de las graderías. Por tal razón, se pospuso para el día 26 de ese mes.


“Nos habían citado para realizar las prácticas, pero debido a los referidos inconvenientes, tuvimos que hacerlas en los terrenos de la Universidad de La Habana. Debido a que miles de aficionados abarrotaron las localidades de la moderna instalación, esto obligó a establecer reglas de terreno especiales, por lo que hubo que colocar sogas entre las líneas de primera y tercera bases y el home, pues mucho público se desbordó fuera de las tribunas.”

¿Cómo se escenificó aquel histórico encuentro del cual Ud. fue protagonista?

–En aquel campeonato nos dirigió Martín Dihigo, mientras que Adolfo Luque estaba al frente de los Azules. Nuestra ofensiva se vio muy limitada por los endemoniados lanzamientos de Jorge –El Curveador– Comellas, al punto que nos limitó a siete incogibles, de los cuales, dos los conectó el segunda base Napoleón Heredia. 


Fotografías de la prensa de la época que
reflejan la inauguración del Gran Stadium del Cerro
"Yo batié de 4–1, y por una gran jugada del camarero George –La Ardilla Hausmann, me sacaron out pisando y pisando. Al final solo pudimos anotar una sola vez, por el antesalista Conrado Pérez.

“Por su parte, el Almendares nos hizo 9 carreras y conectó una docena de jits, de ellos, 3 del torpedero Avelino Cañizares, todos a la cuenta del venezolano Alejandro –El Patón
Carrasquel, quien además, en el quinto inning, toleró un jonrón –el primero en el nuevo estadio– del rightfielder Roberto –El Gigante del central Senado– Ortiz, cuya pelota pasó a millón por encima de mi cabeza y voló por sobre las vallas del jardín izquierdo.

(Según datos publicados en la prensa de la época, el Grand Stadium de La Habana o Estadio del Cerro, fue construido a un costo de 2 millones de pesos y con capacidad para 30 mil espectadores, en vista de que la vieja instalación de La Tropical no daba aforo para las enormes concurrencias que acudían a presenciar los partidos. El primer out del encuentro de que fuera protagonista Andrés Mesa, se produjo por rolling de Avelino Cañizares a Napoleón Heredia, quien tiró a Danny Gardella y éste lo “enfrió” en la inicial, mientras que el primer inatrapable lo pegó el centerfielder Lloyd Davenport, en línea sólida al jardín central).

“Tengo que agregar algo importante sobre ese campeonato. A poco más de la mitad del calendario, el Habana le llevaba como 9 ó 10 juegos de ventaja al Almendares. Parecía que nadie le quitaría la corona a los Leones, aunque tuvieron de refuerzos a los jonroneros Lou Klein y Dich Sisler. 


Sin embargo, los Azules empezaron a recortar la diferencia con el pitcheo de Max –El Monstruo– Lanier y Agapito Mayor y, pese a la resistencia que ofrecieron los lanzadores rojos Fred Martin y Terry McDuffy, al final el Almendares se proclamó campeón, a dos juegos de ventaja sobre sus eternos rivales.” 

Vista aérea del Gran Stadium del Cerro y sus alrededores en la época de la inauguración
(De aquel año resalta un dato curioso. A la par que el campeonato inaugurado en el flamante Stadium del Cerro, se organizó otro, bajo los auspicios de la denominada Federación Nacional de Béisbol Profesional, a fin de dar cabida a peloteros que habían sido declarados no elegibles por las Grandes Ligas de Estados Unidos. En contrapartida a la justa del Cerro, tuvo lugar en La Tropical, entre seis equipos con los nombres de las entonces seis provincias existentes. Al final, el intento resultó fallido).

–Mesa, ¿fue en 1946–47 cuando debutó Ud. en el béisbol profesional?

“No, que va, yo había sido contratado por el Cienfuegos, dirigidos por Adolfo Luque, para jugar en la temporada anterior, 1945–46, siempre como leftfielder y promedio al bate sobre los 300, porque yo me consideraba un buen bateador, sobre todo, de líneas cortas; al cabo de 60 encuentros, fuimos campeones, con siete juegos de ventaja sobre el Habana y el Almendares. De acuerdo con mi contrato, yo ganaba mensualmente 250 pesos. Claro, la mayor tajada se la llevaban los directivos del club.”

“Pero me faltaba decirte algo muy importante, y es que ese fue el último año en que jugamos en el estadio La Tropical, donde el gran espectáculo estaba a cargo de los tremendos jonrones que pegaban el americano Dick Sisler y el cubano Claro Duany, cuyos batazos fueron los únicos que rebasaron las lejanas doble cercas. Fíjate que un día, Sisler botó tres pelotas para la calle, ¡y que clase de batazos, muchacho! Eso fue lo que decidió a los magnates de la pelota cubana a construir un estadio de mayor capacidad.

–Pero, ¿cuándo es que Ud. comienza a practicar el béisbol? ¿Jugó en torneos amateurs?

“Bueno, eso fue cuando yo era muchachón, en el batey del ingenio Dolores, en juegos de manigua frente a novenas de bateyes vecinos, como los de Diana y La Luisa. Luego, más crecidito, formamos un club en el central Cuba y luego pasé a jugar en terrenos de Jovellanos , durante dos o tres años. Eso sería por 1936. Nunca jugué con los amateurs, pues ya estaba en la categoría semi–profesional; pero esa es otra historia…

–Bien, entonces cuente Ud., que somos todo oídos…

“Ya que insistes, no me puedo negar. La cuestión es que al trasladarme para La Habana, allá ingresé en el equipo Orbay y Cerrato –siempre de tercero, cuarto o quinto bates– de aquellos denominados clubes semi–pro, al igual que La Pasiega, Los toros de Paredes y La Ambrosía, al cual después pasé a integrar, siempre como jardinero. 


Jugábamos en La Tropical y en los terrenos del club amateur Ferroviario. En esa categoría –por cierto muy fuerte, y de la que salieron estrellas como Orestes Miñoso, Héctor Rodríguez, Alejandro Crespo, Pedro Pagés y otros tantos– no me fue mal, pues al cabo de dos años, de ahí obtuve el contrato para jugar con el Cienfuegos, de la Liga Profesional Cubana, como ya dije.

“Ten en cuenta que debido al racismo que imperaba en el béisbol profesional de los Estados Unidos, para nosotros los excluidos, la única oportunidad de jugar era precisamente en las Ligas Negras, circuitos de gran categoría que le ganaban a los mejores clubes de blancos. Yo tuve la suerte de jugar tres años, con buenos resultados, en las Ligas Negras, donde también participaron Dihigo, Miñoso, Silvio García, Manuel –Cocaína– García, Santos –El Canguro– Amaro, y otros muchos.”

–¿Su retiro como jugador activo?

“En total, estuve dos años con el Cienfuegos, hasta 1947, en que me enfermé y regresé a mi puesto de carpintero en el central Dolores. Al recuperarme de salud, regresé a las Ligas Negras en Estados Unidos, hasta 1949, en que me retiré como miembro del club Indianápolis.

“En aquel fuerte circuito recuerdo que ya el pitcher Satchel Paige era toda una leyenda; así y todo, cuarentón lo contrataron como una reliquia para echar sus últimos años en Grandes Ligas, levantada ya la discriminación racial. En los años 30, con el Santa Clara, había sido un cinchete, al igual que en Republica Dominicana. Por algo él figura en el Hall de la Fama de Cooperstown, al igual que Martín Dihigo y otras estrellas de las Ligas Negras.”

–Al cabo de 68 años de aquel campeonato de 1946, ¿recuerda a algún otro sobreviviente?

“Según tengo entendido, era el catcher Andrés Fleitas, del Almendares, fallecido hace año y medio en Miami. De otros posibles sobrevivientes no tengo noticias, pero de acuerdo con el tiempo transcurrido, parece difícil que así sea. Yo, que era de los más jóvenes, ya tengo 95 años…

–Bueno, Mesa, ¿a qué atribuye su longevidad y esa memoria portentosa?

“Mira, hijo. Te confieso que nunca he sido trasnochador, tomador ni fumador, pues eso acorta la vida. Yo soy como cualquier persona normal, pero sin excesos. Desde mi estancia en el Dolores, como guajirito al fin, adquirí la costumbre de comer mucho mango, y parece que eso me ha ayudado. ¿No lo crees?

–De nuestras Series Nacionales, ¿qué opinión le merece la pelota que actualmente se juega en Cuba?

“A pesar de que no siempre son justas las comparaciones de una etapa con otra, la pelota actual ha cambiado mucho de la que jugábamos antes de la Revolución, porque todo se va modificando de acuerdo con la época. Sí hay una diferencia: los peloteros del pasado defendían más la camiseta que los de ahora.

“Si te digo una cosa, te digo otra. No puedo dejar de reconocer que en las Series Nacionales han participado verdaderas estrellas en el pitcheo, la ofensiva y la defensa, algunos de parecida calidad a los que me acompañaron como profesional. Eso es una realidad y hay que reconocerlo.” (Entrevista publicada en el semanario Girón, de la provincia de Matanzas)

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