Censurables resultan los actos de violencia que acontezcan en cualquier terreno de béisbol. Consustanciales son al alto grado de temperatura que enerva el temperamento de jugadores ante el “discutible” conteo de bolas y strikes en home, o una “polémica” decisión arbitral en bases. Y no pocas veces confluyen en verdaderas batallas campales, sin obviar las consiguientes agresiones en uno u otro bando.
Para botón de muestra, remítámonos a dos casos acontecidos en la Liga Cubana de Béisbol Profesional. Uno de ellos se escenificó durante el encuentro entre los equipos Cienfuegos y Almendares, el domingo 7 de enero de 1945, en el Gran Stadium del Cerro –hoy Latinoamericano–.
Resulta que Roberto Ortiz, rightfielder de los Azules, molesto por haber sido ponchado dos veces por el lanzador Terris McDuffie, partió el bate en dos y aún lanzaba improperios cuando salió a patrullar el jardín derecho.
A seguidas, ante un roletazo por el cuadro del jardinero Alejandro Crespo, un tiro abierto del antesalista Héctor Rodríguez provocó que sacara de su posición al inicialista Andrés Fleitas, siendo declarado quieto el corredor por el árbitro Bernardino Rodríguez.
Ello provocó una airada protesta del lanzador Oliverio Ortiz, quien fue multado en 10 pesos. Roberto mantuvo una violenta reclamación, por lo cual Bernardino Rodríguez lo expulsó del juego. Mientras Oliverio y el árbitro principal mantenían una violenta discusión, Roberto logró zafarse de quienes lo sujetaban y de un solo puñetazo en la mandíbula, dejó noqueado a Bernardino Rodríguez, provocándole una hemorragia nasal.
Posteriormente, el popular Guajiro del central Senado lamentó el incidente y se disculpó con la Liga y la afición en general.
El otro caso fue a la inversa; es decir, un árbitro que atacó a un pelotero. El 26 de octubre de 1957 transcurría en horas de la noche el cuarto inning del juego Habana–Cienfuegos, cuando el árbitro de home, Armando –Caraballo– Rodríguez, cantó balk un lanzamiento del pitcher sureño Danny McDevitt, lo cual provocó una violenta protesta de éste.
Cuando McDevitt lanzó la siguiente bola hacia el plato, donde estaba situado el árbitro principal, la discusión se tornó más violenta.
Ante el asombro de jugadores y fanáticos, Rodríguez, esgrimiendo su careta, golpeó dos veces al lanzador norteamericano, produciéndole lesiones de carácter grave.
La rápida intervención de los peloteros, especialmente del camarero Forest Jacobs, evitó que el agredido, ya en el suelo, recibiera mayor castigo por parte del ampaya, ya fuera de si.
McDevitt recibió rápida asistencia médica y fue necesario darle siete puntos en la herida. Rodríguez fue sancionado por la Liga a cinco días de suspensión de sus funciones arbitrales.
De otras “cámaras húngaras” o escaramuzas beisboleras nos ocuparemos en próximos espacios, porque mientras exista béisbol, todo puede suceder…
Posteriormente, el popular Guajiro del central Senado lamentó el incidente y se disculpó con la Liga y la afición en general.
El otro caso fue a la inversa; es decir, un árbitro que atacó a un pelotero. El 26 de octubre de 1957 transcurría en horas de la noche el cuarto inning del juego Habana–Cienfuegos, cuando el árbitro de home, Armando –Caraballo– Rodríguez, cantó balk un lanzamiento del pitcher sureño Danny McDevitt, lo cual provocó una violenta protesta de éste.
Cuando McDevitt lanzó la siguiente bola hacia el plato, donde estaba situado el árbitro principal, la discusión se tornó más violenta.
Ante el asombro de jugadores y fanáticos, Rodríguez, esgrimiendo su careta, golpeó dos veces al lanzador norteamericano, produciéndole lesiones de carácter grave.
La rápida intervención de los peloteros, especialmente del camarero Forest Jacobs, evitó que el agredido, ya en el suelo, recibiera mayor castigo por parte del ampaya, ya fuera de si.
McDevitt recibió rápida asistencia médica y fue necesario darle siete puntos en la herida. Rodríguez fue sancionado por la Liga a cinco días de suspensión de sus funciones arbitrales.
De otras “cámaras húngaras” o escaramuzas beisboleras nos ocuparemos en próximos espacios, porque mientras exista béisbol, todo puede suceder…
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